Pauline… una herida que sigue en la memoria de Acapulco
Carlos Ortiz Moreno / Expresiones Guerrero
- La tragedia que centenares la sufrieron y otros ni la sintieron
- “El monstruo” que se tragó literalmente partes de Acapulco
- Aguirre Rivero entendió el mensaje de Zedillo; removió al alcalde
- El doloroso recuerdo de una abuela que perdió todo
Acapulco estaba de cabeza, sus calles emblemáticas partidas, llenas de arena, piedras enormes y lodazal todo ensangrentado. Todos los acapulqueños que salieron a trabajar la mañana de ese nueve de octubre de 1997 estaban espantados de lo que había sucedido durante la madrugada.
El martes 7, en el noticiero 24 horas de la tarde, Abraham Zabludovsky había alertado lo que decían los especialistas del Centro Nacional de Huracanes de Miami, de Estados Unidos, y del Servicio Meteorológico Nacional, de México: estaba creciendo un monstruo en las aguas del Océano Pacífico y se acercaba a las costas mexicanas.
Sí, fue la decimosexta tormenta tropical y octavo huracán que se formó en la temporada de lluvias en el Pacífico del año 1997. Se le asignó el nombre de “Pauline”, convirtiéndose en el tercero más intenso de dicha temporada.
Efectivamente, el miércoles 8 de octubre el huracán tocó tierra alrededor de las cinco de la tarde en Puerto Escondido, Oaxaca. Entró con vientos de más de 215 kilómetros por hora y rachas de más de 240 kilómetros por hora provocando serias afectaciones en la entidad vecina.
El meteoro penetró la Sierra Madre del Sur y se desplazó hacia Guerrero. Soltó toda su furia, convertida en agua, sobre Acapulco y se disipó, dicen los especialistas, las primeras horas del día 10 en el estado de Jalisco.
“Pauline” produjo una torrencial precipitación récord en Acapulco de 411.2 milímetros acumulados en menos de 24 horas. Ello provocó que las cañadas naturales de la ciudad se vieran invadidas de agua que arrasó todo lo que encontró a su paso. Enormes piedras de toneladas de peso parecían plumas ante la fuerza de la corriente y fueron el ariete perfecto para destruir calles, puentes, viviendas, iglesias y vidas… muchas vidas.
“Pauline” desbarató en esa noche muchos sueños, principalmente de niños cuyos padres insensatos construyeron las viviendas sobre los cauces de arroyos que pensaron nunca crecerían.
Familias completas aparecieron al amanecer, sin vida, en las playas de Acapulco. Pero muchos más nunca fueron encontrados porque quedaron enterrados en las miles de toneladas de piedras y tierra que bajaron de los cerros o porque sus cadáveres (o los restos de cuerpos) fueron absorbidos por el mar.
Las imágenes eran de un Acapulco devastado. Se trastocó la tranquilidad de calles con el destrozo de las calles en declive que conectaban con la zona más baja.
Aquel día, hace 28 años, muchos pensaron que este destino turístico había desaparecido por la fuerza de la Naturaleza. Las cifras oficiales narraron entre 300 y 500 los muertos además de otro número similar de desaparecidos. Pero vox populi indicaba que fueron miles. Era un jueves pozolero que todo mundo olvidó por tamaña tragedia.
La experiencia del terremoto de 1985 que causó la aparición de la Protección Civil a nivel nacional había sido desechada en Acapulco. El gobierno local, encabezado por el priista Juan Salgado Tenorio, se vio rebasado en la operatividad. El titular de la oficina era un taxista, no contaba con oficina ni con equipo especializado y operaba debajo de un árbol en el Ayuntamiento de Acapulco.
Historia oficial del huracán “Pauline”
El día 5 de octubre a las 22:00 horas se formó la depresión tropical 18-E de la temporada en el Pacífico, localizada a 425 kilómetros al sur de Huatulco, Oaxaca, con vientos máximos de 55 kilómetros por hora y rachas de 75 kilómetros por hora, presentando un desplazamiento hacia el este, o sea, con dirección al macizo continental.
En la madrugada del día 6, la depresión tropical 18-E se desarrolló a tormenta tropical y adquirió el nombre de «Pauline», con vientos máximos sostenidos de 75 kilómetros por hora y rachas de 90 kilómetros por hora a 395 kilómetros al suroeste de Tapachula, Chiapas.
A las 16:00 horas, «Pauline» se intensificó a huracán a 335 kilómetros al suroeste de Tapachula, Chiapas, con vientos máximos sostenidos de 120 kilómetros por hora y rachas de 150 kmph.
En las primeras horas del día 7, el huracán «Pauline» mantenía una trayectoria hacia el nornoroeste, localizándose a 275 km al suroeste de Aquiles Serdán, Chiapas con vientos máximos sostenidos de 215 kilómetros por hora y rachas de 240 kilómetros por hora, por lo que en ese momento alcanzó la categoría 4 en la escala de intensidad Saffir-Simpson.
Por la tarde, «Pauline» empezó a disminuir la intensidad de sus vientos, debilitándose a la categoría 3, con vientos máximos sostenidos de 185 kmph. En la mañana del día 8, recuperó la categoría 4 en la escala de intensidad Saffir-Simpson, alcanzando vientos máximos de 210 kilómetros por hora y rachas de 260 kilómetros por hora a 100 kilómetros al sursuroeste de Huatulco, Oaxaca.
Por la tarde, a las 16:45 horas, el centro del «ojo» del huracán penetró a tierra, entre las poblaciones de Puerto Ángel y Puerto Escondido, Oaxaca, como huracán de categoría 3, con vientos máximos de 185 kilómetros por hora y rachas de 240 kilómetros por hora.
A partir de su entrada a tierra, «Pauline» mantuvo su desplazamiento sobre la costa, con una trayectoria predominante hacia el noroeste, internándose en el estado de Guerrero. Alrededor de las tres de la mañana del día 9, su «ojo» se localizó a tan sólo 30 kilómetros al nornoroeste de Acapulco, con vientos máximos sostenidos de 165 kmph y rachas de hasta 200 kmph.
Las paredes del «ojo» del huracán golpearon fuertemente al puerto de Acapulco con lluvias intensas por efecto de la orografía.
El análisis de imágenes de satélite permitió estimar temperaturas de hasta -90°C que provocaron el desarrollo de nubes de tormenta con topes superiores a 15 kilómetros.
Durante el día 9, «Pauline» siguió avanzando sobre tierra, con dirección Oeste-noroeste. A las 13:00 horas se localizó a 40 km al norte de Zihuatanejo, Guerrero, con vientos máximos de 150 kmph y rachas de 195 kmph, y a las 16:00 horas, a 45 kilómetros al nornoroeste de Lázaro Cárdenas, Michoacán, con vientos máximos de 140 kilómetros y rachas de 165 kmph.
Al avanzar sobre la zona montañosa de Michoacán, el huracán «Pauline» empezó a debilitarse por lo que a las 19:00 horas se convirtió en tormenta tropical, localizado en tierra a 73 kilómetros al nornoroeste de Lázaro Cárdenas, Michoacán, con vientos máximos de 110 km/h y rachas de 135 km/h.
La tormenta tropical «Pauline» siguió su desplazamiento sobre tierra debilitándose cada vez más y en la madrugada del día 10, se degradó a depresión tropical, aproximadamente a 30 kilómetros al suroeste de Uruapan, Michoacán, con vientos máximos de 55 km/h y rachas de 75 km/h. Se disipó más tarde, a 30 km al sursuroeste de Guadalajara, Jalisco.
Según el Servicio Meteorológico Nacional de la Comisión Nacional del Agua, hasta 1979, el huracán «Pauline» es el más intenso que se ha desarrollado en Guerrero, después de «Madeline» en el periodo del 29 de septiembre al 8 de octubre de 1976 que presentó vientos máximos de 232 kilómetros por hora y penetró a tierra en la región de Petacalco, Guerrero.
En lo que se refiere a lluvia, «Pauline» propició una precipitación extraordinaria de 411.2 milímetros en 24 horas, que comparada con la máxima histórica de 384 milímetros el 16 de junio de 1974 con el huracán “Dolores” en Acapulco, sigue siendo considerado como récord.
El embate político, la nueva debacle de Acapulco
Semidestruido y sumido en el dolor por la irreparable pérdida de sus habitantes, Acapulco aguantó otro embate: el de los políticos que se lavaron las manos, se culparon unos a otros con gritos asumiendo actitudes de paladines de la justicia y fantaseando con ser dueños de verdades mentirosas.
Pero nadie fue a la cárcel por la omisión irresponsable de no avisar a tiempo a todas esas familias que, las mismas autoridades lo permitieron, habían construido sus viviendas en los lechos de las cañadas, de los arroyos que bajan de los cerros de Acapulco.
El presidente Ernesto Zedillo Ponce de León vino casi inmediatamente a Acapulco, ese mismo día a las once de la mañana, para conocer a detalle de los daños y las acciones que había que emprender rápidamente porque la temporada turística de Navidad y Año Nuevo estaban a la vuelta de la esquina.
Fue enterado que el alcalde Juan Salgado Tenorio ni siquiera contestaba las llamadas telefónicas de los altos mandos militares que pretendieron aplicar inmediatamente del Plan DN-IIIE para auxiliar a la población. Muchos decían que se encontraba fuera de Acapulco y del país, pero lo cierto es que había acudido a una fiesta de cumpleaños… y fue su perdición en el alcohol.
Cuando pretendió subirse al autobús que transportaba al Jefe del Poder Ejecutivo federal, el propio Zedillo le increpó su irresponsabilidad y el olor a borracho que destilaba. Eso significaba que políticamente estaba acabado.
El gobernador sustituto Ángel Aguirre Rivero entendió el mensaje presidencial y tomó la decisión de enviar al Congreso del Estado un nombre que sería, a partir de ese momento, el responsable de la reconstrucción de Acapulco: ese fue Manuel Añorve Baños, quien fungía como secretario de Finanzas del gobierno estatal que encabezaba el oriundo de Ometepec.
En dos meses, literalmente, Acapulco fue reconstruido para recibir al turismo de fin de año. La inversión federal fluyó para que resarciera el daño causado a toda la línea de conducción de agua potable a la ciudad. Las calles fueron desazolvadas y se retiraron millones de toneladas de tierra, piedras y lodo. Incluso seguían encontrándose parte de cadáveres que jamás fueron identificados.
El recuerdo doloroso de una abuela, un año después
Un año después, las nuevas autoridades que sustituyeron a las anteriores que omitieron toda la prevención por estar borrachos, como el caso directo del exalcalde priista Juan Salgado Tenorio, construyeron un monumento que sería una especie de memorial de esa tragedia.
A uno de los costados del arroyo El Camarón, unos metros debajo de aquel lugar donde había luces, flashazos, entrevistas y toda la parafernalia informativa, había una mujer humilde. Con un bebé de dos años en brazos, tiraba flores al lecho del río que, en ese momento, estaba seco.
Rosa María contó una historia que, a la distancia de todos estos años, conmueve:
Con lágrimas en los ojos narró el terror que había vivido un año atrás en la colonia Santa Cecilia, uno de los tantos puntos que fueron arrasados por miles de toneladas de tierra y piedras enormes que rodaron por la fuerza de la torrencial lluvia.
—A las dos de la mañana comenzó a llover muy fuerte. El ruido que caía en las láminas me despertó y fui a checar que mis hijos estuvieran en sus cuartos y estuvieran bien. Y todos estaban dormiditos. Pero el ruido que hacía el aguacero me puso nerviosa.
Vivían con ella su hija, su yerno, sus tres nietos.
Me contó que al asomarse a la ventana observó algo que le aterrorizó: la calle era un río cuya corriente arrastraba todo lo que encontraba. Su casa era de un solo nivel y, aunque estaba asentada sobre un cerril encima de una de las piedras. Había gritos desgarradores de sus vecinos. Nunca vio nada, pero los gritos eran espantosos que pedían ayuda. Todo desapareció en minutos.
La torrencial lluvia que trajo “Pauline” se estaba llevando todo, incluyendo a la gente, corriente abajo.
Su primer impulso fue buscar una salida que no estuviera en la puerta y en el camino se topó con el bebé de dos años que apenas había aprendido a caminar. Justo cuando iba hacia atrás de la casa y había abrazado a su nieto escuchó un estruendo que la estremeció.
Tras ella, la corriente había derribado el muro de entrada de su casa y absorbió en segundos uno de los cuartos donde dormían su hija, su yerno y los otros dos nietos.
—Dios me ayudó a levantarme y con un brazo logré colgarme de la rama de un enorme árbol que crecía detrás de la casa. Y ahí permanecí hasta que pude ver los primeros rayos de luz del nuevo día. Mi nieto, que abracé tan fuerte que casi lo asfixio, estaba temblando de frío. Pero estábamos vivos.
Cuando regresó a ver el sitio donde estaba su casa, no vio nada. Ni un tabique. Nada quedó. Ni rastros de su hija, su yerno ni sus nietos.
Y lloró durante un buen momento. El recuerdo fue demasiado doloroso.
Y con el bebé en brazos, tras contar su historia, se alejó rápidamente. Huía de los reflectores que estaban sobre la avenida Cuauhtémoc. Se perdió entre la gente que continuaba posando para los fotógrafos.
El nombre de “Pauline” fue retirado de la lista oficial de nombres para huracanes por respeto a las víctimas que provocó… pero en la memoria colectiva sigue presente. Sin duda alguna.
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