×

La feria que nos pertenece

La feria que nos pertenece

La Feria de Navidad y Año Nuevo no es solo un evento festivo para los chilpancingueños: es una memoria viva. Es la suma de aromas — a pozole blanco, a la pólvora quemada después de los fuegos artificiales, a gorditas de nata, a esquites—; es el eco del chile frito que acompaña generaciones en la plaza de toros; es el punto de encuentro donde la ciudad, por un instante, deja de ser capital burocrática para convertirse en hogar comunitario. Para muchas familias, la feria es el puente que une la infancia con la adultez, el lugar donde algunos se enamoraron por primera vez y donde otros comprendieron que pertenecer a una ciudad también significa celebrar sus tradiciones.

pendon La feria que nos pertenece

Sus orígenes se remontan a 1825, cuando las festividades decembrinas coincidieron con la vida agrícola y comercial del valle. La feria era, literalmente, un punto de intercambio: de productos, de historias, de música. Con el tiempo creció, mutó, se modernizó y —para bien o para mal— llegó a convertirse en lo que muchos llamaron “la cantina más grande de Chilpancingo”. A pesar del exceso, mantenía algo fundamental: seguía siendo nuestra.

Pero la degradación llegó con fuerza. La feria, antes orgullo local, comenzó a languidecer: mala organización, espacios deteriorados, concesiones opacas. Y el año pasado, la herida fue más profunda. La violencia manchó las festividades, obligó a su cierre abrupto, dejó pasillos vacíos y comerciantes temblando ante la amenaza real de los grupos armados. La remodelación prometida nunca llegó; lo que quedó fue un recinto triste, iluminado más por el miedo que por las luces decembrinas.

Hoy, el golpe es doble: no solo se pretende cambiar la sede del recinto ferial, sino también la fecha. Alterar la tradición que ha dado identidad por generaciones no es una decisión menor. No se puede intervenir una tradición comunitaria como quien mueve un expediente en un escritorio. La feria pertenece a la gente, no a los funcionarios en turno. Cambiarla sin diálogo, sin transparencia, sin una justificación sólida y consensuada, es repetir la desconexión institucional que tanto daño ha hecho al estado.

La Feria de Navidad y Año Nuevo no es un trámite administrativo: es el corazón cultural de Chilpancingo. Si se pretende transformarla, debe ser para dignificarla, no para desplazarla; para recuperar su esencia, no para mutilarla. La ciudad merece una feria segura, renovada y respetuosa de su historia. Lo que no merece es que su tradición más íntima se decida entre unos cuantos, en silencio y sin la gente que la ha sostenido por más de un siglo.

Porque en Chilpancingo, perder la feria no es perder un evento: es perder una parte de nosotros mismos.

Share this content:

Publicar comentario