México: patria que se reinventa
Septiembre siempre nos recuerda que ser mexicano es un acto de memoria y de desafío. Las calles se llenan de luces tricolores, las plazas retumban con el eco del “¡Viva México!” y la bandera ondea como si quisiera envolvernos a todos en un mismo destino. Pero, más allá de la fiesta, el Día de la Independencia nos obliga a preguntarnos qué significa hoy esa palabra que gritamos con fervor cada 15 de septiembre: independencia.
Porque ser mexicano en este tiempo es habitar una contradicción. Somos herencia indígena y cicatriz colonial, mariachi y rap urbano, altar de muertos y marcha feminista. Nuestra identidad no es un bloque uniforme, sino un mosaico en tensión constante. Mientras celebramos con orgullo la riqueza cultural que inspira al mundo, convivimos con la herida abierta de la violencia y la desigualdad que parecen desafiar cualquier relato triunfal.
La independencia no es solo un hecho histórico congelado en 1810; es una tarea inconclusa. Los pueblos originarios aún reclaman la tierra que les fue arrebatada; las mujeres siguen exigiendo libertad frente a la violencia de género; millones de mexicanos trabajan cada día por emanciparse de la pobreza y la marginación. Cada lucha actual es un eco de aquel grito insurgente, recordándonos que la libertad no se hereda: se conquista y se defiende todos los días.
México es fiesta y duelo al mismo tiempo. Somos pólvora y canto, resistencia y esperanza. Y en esa paradoja se encuentra nuestra verdadera fuerza: la capacidad de sembrar vida en medio del dolor, de levantar altares a los caídos y, aun así, volver a cantar frente a la tragedia.
En septiembre gritamos independencia, pero lo que realmente celebramos es la obstinación colectiva de un pueblo que, pese a todo, sigue de pie. Ser mexicano hoy no significa ocultar nuestras heridas, sino convertirlas en memoria viva y en promesa de futuro.
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