Noroña: el “nadaqueveriento” del Senado
El lenguaje popular tiene la virtud de revelar, con crudeza y humor, aquello que la retórica política suele esconder. El término “nadaqueveriento(a)”, acuñado por la influencer Karina Torres del colectivo Las Perdidas y popularizado en TikTok, Instagram y YouTube, describe lo que resulta fuera de lugar, irrelevante o extemporáneo. Su expansión fue tan arrolladora que en febrero de 2025 la Academia Mexicana de la Lengua lo reconoció como parte del habla coloquial. Hoy, pocas expresiones parecen describir mejor la trayectoria reciente de Gerardo Fernández Noroña en el Senado.
Tras dejar la presidencia de la Mesa Directiva —un periodo breve pero saturado de escándalos mediáticos, enfrentamientos innecesarios y episodios de estridencia—, Noroña ha comenzado un tránsito inevitable hacia la irrelevancia. El poder que alguna vez le concedió su voz encendida en tribuna y su capacidad para polarizar ha quedado reducido a la caricatura de sí mismo: un político atrapado en la lógica del espectáculo, pero sin ya el escenario principal que lo sostenía.
La política mexicana, acostumbrada a la teatralidad, sabe distinguir entre quienes administran el poder y quienes se consumen en su propia gesticulación. Noroña encarna hoy lo segundo. Su estilo confrontativo, eficaz en la oposición, se revela estéril en un Senado que requiere interlocución, acuerdos y madurez institucional. La consecuencia es clara: relegado de los espacios de decisión, sus intervenciones se tornan “nadaqueverientas”, ruido sin eco.
La ironía es que Noroña parecía, en algún momento, encaminarse a consolidar un capital político mayor. Pero confundió la visibilidad con la trascendencia, el escándalo con la influencia. En política, la atención es efímera si no se traduce en resultados tangibles. Y mientras el proyecto de la Cuarta Transformación busca consolidar gobernabilidad y reformas estructurales, figuras como él resultan cada vez más incómodas.
Lo que queda de su paso por la presidencia del Senado no es una herencia institucional, sino una sucesión de polémicas anecdóticas. En un país donde los desafíos son la seguridad, la justicia y la reconstrucción del tejido social, Noroña simboliza lo contrario: el político “nadaqueveriento”, presente en la escena pero sin capacidad de incidir.
La política mexicana no perdona la irrelevancia. Y el ocaso de Noroña es una advertencia: en un sistema que exige responsabilidad histórica, la estridencia es apenas un eco pasajero.
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