PRD: Perspectivas. Celestino Cesáreo Guzmán
El Partido de la Revolución Democrática (PRD) en Guerrero enfrenta un momento decisivo en su historia: fortalecer su estructura interna, crecer y consolidarse o desaparecer como un eco del pasado.
La historia está de nuestro lado. Veamos:
«Con Cárdenas, somos mayoría…» fue el lema en 1989, cuando nació ese partido-movimiento. En tierras guerrerenses, el llamado que hizo el hijo del General caló hondo. Aquí, el perredismo nació con fuerza y le dio cauce a la lucha de cientos de organizaciones sociales; así se abrió paso al respeto al voto, al derecho a participar libremente en política y al equilibrio entre poderes. En 30 años hubo lucha y sacrificio, pero, sin duda, también crecimiento político.
Su declive inició por el desgaste inherente al ejercicio del poder, prosiguió con los múltiples desencuentros al rediseñar su vida interna y se agudizó con la ruptura con AMLO y el nacimiento de un nuevo partido de izquierda. La migración de dirigentes y militantes no paró.
La política de alianzas, definida de forma central, fue el punto final. Aliarse con quienes por años calificamos de verdugos provocó que la militancia tomara la decisión de dejar nuestras filas.
Esto nos llevó a perder el registro en varios estados y, finalmente, a perder el registro nacional.
El PRD ha quedado reducido a trece fuerzas de carácter estatal, entre ellas Guerrero.
No obstante, como toda crisis, esta también es una oportunidad para reinventarse y definir su papel dentro del panorama político de Guerrero, donde Morena gobierna sin contrapesos.
En los años noventa, ante un PRI hegemónico, el naciente PRD fue la principal fuerza de la izquierda en el estado. Ganó dos elecciones a la gubernatura, controló los municipios más importantes y articuló una fuerte oposición frente al gobierno federal.
De ahí el reto del naciente PRD-Guerrero: recuperar su base electoral, darle forma a su estructura territorial y, con firmeza, redefinir su identidad política.
Por definición y convicción, seremos un partido de izquierda, abierto a darle cobijo a los movimientos sociales, a las cámaras empresariales, a dirigentes sociales que buscan incidir en sus causas… y a la sociedad civil que quiere cambio con certeza en el futuro.
El PRD debe reducir al mínimo su burocracia partidista, invertir lo máximo en marketing e imagen pública y, por fin, poner punto final a su largo pleito interno.
La alianza con los partidos de izquierda debe ser una consecuencia, no su fin último, para no convertirse en satélite del partido gobernante. En esa ruta, el destino seguro es caer en la irrelevancia política.
El fin de la alianza con el PRI y el PAN es un paso correcto, pues le permite reconstruirse sin la carga de un pacto nacional que iba en contra de su esencia.
La clave está en mantener autonomía sin caer en la confrontación estéril. Puede reposicionarse como la izquierda que cuestiona y propone, que no se somete al poder ni abandona las causas sociales.
La mayoría absoluta y el poder sin contrapesos rápidamente empiezan a mostrar signos de autoritarismo interno y verticalidad en la toma de decisiones. El poder así no sirve a la gente.
Ahí existe un espacio político que el PRD puede ocupar si logra articular un discurso claro, firme y diferenciado.
Con la historia de los efímeros partidos locales en contra, el PRD tiene dos caminos: renacer con fuerza y dignidad o desaparecer en 2027. Veremos.
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