Celestino Cesáreo Guzmán
El retorno de los migrantes guerrerenses que están siendo repatriados desde Estados Unidos, como resultado de las políticas del presidente Donald Trump, es una pesadilla para el sueño americano de miles, con una realidad profundamente compleja e injusta.
Muchos de ellos partieron hace muchos años, dejando detrás un estado que les negó la oportunidad para ellos y a sus familias: trabajos precarios, inseguridad, tierras infértiles, educación fuera de su alcance y un futuro incierto.
Esta diáspora fue un acto de esperanza, por que cada migrante sufre la nostalgia de dejar a su familia, no importan las lágrimas, penas y sufrimientos, el migrante sigue adelante con la frente en alto sin perder el horizonte de su destino.
El norte es su esperanza para cambiar su vida, una apuesta muy arriesgada para buscar un mejor futuro en un país que, aunque hostil, les permitía imaginar la posibilidad de una vida más digna.
Ese sueño está siendo arrebatado de golpe por Trump y deben regresar a un Guerrero que no los esperaba y que, en muchos casos, sigue tan desolado como cuando lo dejaron. Sin contar el desarraigo y la casi segura ruptura familiar por la larga ausencia.
En Guerrero, el panorama que les espera es complicado. Las cifras de pobreza hablan por sí solas: más del 60% de la población vive en condiciones de pobreza, y un 20% sufre pobreza extrema.
El estado, a su vez, no está preparado para recibirlos. Guerrero carece como nunca antes de políticas públicas claras y efectivas para la integración a la vida económica de migrantes.
No hay incentivos económicos para que emprendan negocios; no hay redes de apoyo para casi nada.
En su lugar, encuentran un gobierno que opera con recursos limitados, atrapado entre los recortes federales y las demandas de una población que vive en constante emergencia.
Los pocos esfuerzos que existen para atender a los repatriados son insuficientes y están concentrados en áreas urbanas, dejando a las comunidades rurales completamente en el abandono.
De ahí que Estados Unidos, un país de inmigrantes a su presidente deberíamos cantarle el poema de Nicolás Guillén, la Muralla…
Para hacer esta muralla,
tráiganme todas las manos:
Los negros, sus manos negras,
los blancos, sus blancas manos.
Ay,
una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte.
¡Tun, tun!
¿Quién es?
Una rosa y un clavel…
¡Abre la muralla!
¡Tun, tun!
¿Quién es?
El sable del coronel…
¡Cierra la muralla!
¡Tun, tun!
¿Quién es?
La paloma y el laurel…
¡Abre la muralla!
¡Tun, tun!
¿Quién es?
El alacrán y el ciempiés…
¡Cierra la muralla!
Al corazón del amigo,
abre la muralla;
al veneno y al puñal,
cierra la muralla;
al mirto y la yerbabuena,
abre la muralla;
al diente de la serpiente,
cierra la muralla;
al ruiseñor en la flor,
abre la muralla…
Alcemos una muralla
juntando todas las manos;
los negros, sus manos negras,
los blancos, sus blancas manos.
Una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte…